Si a un recién llegado al mundo de las setas le mostramos un boleto, un cantharellus o una amanita phalloides, es frecuente que no se interese por su color ni tampoco, por saber si tiene volva, pliegues, láminas o poros; lo único que le interesa saber, es si se come. Una vez satisfecha su curiosidad, si además se las hacemos oler, el comentario mil veces repetido suele ser siempre el mismo: “Esto huele a seta”.
Pues bien, las setas de hoy, Clathrus archeri y Clathrus ruber, aunque son hongos pertenecientes a la familia Phallaceae, “ni se comen ni huelen a setas “, incluso su forma, tampoco responde a la típica de sombrero sobre un pie que todos tenemos en mente cuando hablamos de ellas. Los clathrus nacen de una volva que al romperse, libera una serie de brazos recubiertos de una película mucilaginosa de color rojo púrpura y negro que, en el caso de la ruber, se entrelazan para formar una especie de jaula y, en la archeri, se ramifican formando una especie de pétalos que la hacen parecerse a una flor o a una estrella de mar.
En estos brazos y recorriéndolos, está la gleba o himenio, parte fértil de la seta, en la que se encuentran las esporas que para expandirse, necesitan de la ayuda de insectos a los que atrae emitiendo un olor nauseabundo a animal muerto. Y a la vista de las fotos, a fe que lo consiguen….
Ejemplares encontrados a finales de este mes de junio de 2012 en el jardín Botánico Atlántico de Gijón.
Pilar Fatou.